Rob Reiner decía que no era bueno en nada, pero que era bueno en muchas cosas. Director, guionista y productor, falleció esta semana. Para los abogados —o, al menos, para algunos— será siempre el director de A Few Good Men, probablemente la mejor trial movie que dio Hollywood.

You want answers? / I want the truth! / You can’t handle the truth! El coronel Nathan Jessup responde desde el estrado, seguro de sí mismo, convencido de que la verdad le pertenece. Aparece solo en cuatro escenas, suficientes para condensar una forma de entender la autoridad: aquella que no discute, sino que afirma. Escena para la memoria colectiva.

La historia es conocida. Un soldado, William Santiago, muere en la base naval de Guantánamo. Dos marines son acusados. El coronel Jessup, interpretado por el soberbio Jack Nicholson, dirige la base de manera arbitraria y se jacta de obedecer únicamente a valores militares como el honor, el código y la lealtad, aun cuando ello implique actuar por fuera de la ley. El teniente Kaffee, un joven e inexperto abogado naval interpretado por Tom Cruise, es asignado al caso con la expectativa de que lo cierre rápidamente. Sin embargo, la sospecha de que Santiago era sometido a castigos informales —los llamados “códigos rojos”— lo obliga a replantearse tanto su deber como abogado como su estrategia. A Few Good Men, aunque estrenada en 1992, no ha perdido vigencia. Es un gran drama judicial porque expone, sin subrayados, algunos de los problemas clásicos del derecho: la obligación de obedecer órdenes ilegítimas, el peso de las prácticas institucionales, el valor simbólico de la autoridad y la centralidad del juicio como ritual.

Una de las escenas más elocuentes, aunque no tan conocida, es el interrogatorio a un joven soldado de la base. Mientras declaraba sobre la existencia de los “códigos rojos”, el abogado defensor le alcanza el Manual de Entrenamiento de los Marines y le pide que señale la sección dedicada a esas prácticas. El soldado responde que no existe. En el contraexamen, Kaffee le pide que indique dónde está la sección dedicada al comedor. El testigo vuelve a responder que no hay tal sección. Con ironía, el abogado le pregunta entonces si eso significa que nunca almorzó durante su tiempo en la base. La escena resume con precisión una verdad incómoda para el derecho: que muchas de las prácticas más decisivas de una institución no están escritas, pero organizan la obediencia con más eficacia que cualquier reglamento.

La película comienza con una práctica injusta y termina con una autoridad en prisión. Tal vez por eso A Few Good Men funciona tan bien: porque permite creer que el problema no es el modo en que obedecemos, sino quienes imparten órdenes ilegales. El derecho queda a salvo. La institución, también.