Hay una característica diferencial que distingue a la historia argentina. El pasado siempre es actual. Nada de lo que sucedió deja de suceder, hablamos de un devenir permanente de lo que fue. El tiempo cronológico está subsumido a un tiempo problemático siempre inconcluso. Hay un panteón de personalidades históricas que no duermen en paz por ser objeto de la codicia de todos nosotros. Hemos condensado esta inquietud hiperanalizada, sobresaturada de argumentaciones, en el fenómeno peronista. Enarbolamos un blasón que presentamos en todo el mundo en el que figura una leyenda que dice que el peronismo no tiene explicación, que nadie de “afuera” puede entenderlo, o que se trata de un sentir inefable si no es un brote del sentido común de los argentinos o el sinónimo del ejercicio del poder tal como se da en la Argentina. Pero quizá no sea solo el peronismo lo que es inexplicable vía raciocinio sino toda la historia nacional.

¿Por qué resulta complejo comprender la historia argentina? ¿Podemos sumarnos a tantos que hablan de nuestra “excepcionalidad”? Creo que sí, en nuestro país se dio un fenómeno ausente en los países centrales, incluso en otros países de la región. En la medida de mis limitaciones, intentaré explicarlo como si estuviera frente a un turista, de esos que nos piden que les digamos qué es el peronismo, para así comprender toda la historia argentina.

El turista escucha lo siguiente:

“El positivismo francés y el utilitarismo inglés fueron las filosofías que sostuvieron la concepción del mundo colonialista. Civilización contra barbarie era la consigna. A partir de eso se justificaban medidas progresistas al interior de sus sociedades y discriminatorias respecto de las colonias. Los colonizados estaban fuera del imperio universal de la razón, y, por lo tanto, de acuerdo a la gran filosofía ilustrada, la de Kant, fuera de la libertad. Los pueblos colonizados debían ser domesticados para algún día ser libres.

Utilitarismo y positivismo, que además de filosofías, eran ideologías, o sea, estructuras teóricas adaptadas a una voluntad de poder, estuvieron en la base de la socialdemocracia y su estado de bienestar, que para pensadores de fuste como Tony Judt —lo nombro por el aprecio que le tengo—, conforman el último humanismo. Pero un humanismo que debió conciliarse con el imperialismo, y lo hizo mediante un humanismo selectivo por ser racista. Este oxímoron de humanismo racista será emulado por nuestro aristocratismo progresista.

En nuestro país el espíritu progresista fue racista, en un primer momento respecto de los pueblos originarios y luego con la inmigración de los países mediterráneos, en especial el italiano. El peronismo barre con este racismo, incluye en la nacionalidad a los expulsados culturalmente de la llamada auténtica argentinidad, aplica una política social de avanzada, y, al mismo tiempo se inspira en el fascismo con su culto al Jefe y a la Jefa, por la persistente adulonería y la servidumbre voluntaria e involuntaria.

De las tres vertientes políticas dominantes en el siglo XX, el comunismo, la socialdemocracia liberal y el fascismo, incorpora un poco de cada una. Por eso puede inclinarse por cualquiera de ellas, dependiendo de la época, e integrar a su movimiento a castristas, neonazis y progresistas. Recordemos que nació como movimiento y no como partido, lo que refuerza la idea de su dinamismo y plasticidad”.

El turista me mira. Menudo problema para que comprenda el problema, y no menos para un nativo. Por su compleja inteligibilidad, por lo difícil que resulta asumirla, se prefiere vivir a la Argentina como sentimiento, para otros como pasión, y, sobre todo, como memoria, leyenda y mito. Por eso es inevitable ingresar a nuestra historia con la decisión de que es “nuestra”, algo personal, pasional, un certificado de identidad, una fe, un relato que no se piensa con serenidad y que ubica al narrador en un escenario de striptease. Si no somos nosotros los que nos despojamos de lo que nos viste, es la mirada del Otro la que nos desnuda.

Se dice:

Ahí está… yo sabía, es un liberal… bien que lo tenía escondido…

Se responde:

Otro populista más…

El espíritu de sospecha es voraz y puede llegar a pensar la historia como una novela de contraespionaje. Es el precio que hay que pagar cuando un amateur atraviesa el pórtico de ingreso a la historia argentina en cuyo frente está escrito por el gran autor de las Aguafuertes: prohibida la entrada a todo personaje que no haya sido recomendado por uno de los siete locos.