El derecho habita nuestra vida pública en dos presentaciones contradictorias.

Por una parte, durante mucho tiempo imperó en nuestro país la tristemente célebre teoría de las dos bibliotecas: ante cualquier conflicto —se nos dice— habrá escribas con las credenciales suficientes dispuestos a justificar cualquier posición. En esta visión, la solidez del argumento es opcional: los tomos impresos convierten opiniones y caprichos en posiciones respetables. En esta cultura jurídica —en la que las publicaciones se miden por peso— siempre puede hablarse con deferencia de la posición contraria, aclarando simplemente que no se la comparte, como si los motivos para adoptar una u otra fueran tan inescrutables como los que llevan a elegir un equipo de fútbol. En la teoría de las dos bibliotecas, la argumentación encuentra siempre su destino sudamericano: si siempre habrá una biblioteca dispuesta a proveer refugio, no se impone la fuerza de los argumentos, sino los argumentos del que tiene la fuerza.

Tal vez como reacción a este cinismo descorazonador, aparece una versión opuesta. Ella presenta el derecho como un conjunto de normas —de textos, se nos dice— que simplemente están allí para ser aplicadas sin tanta vuelta. En esta visión, aplicar el derecho ya no es una cínica elección entre opciones igualmente válidas sino simplemente un voto de coraje de aplicar el derecho “tal cual es”, sin prestar atención a quién gana y quién pierde con esa determinación inevitable. Por supuesto, el resultado no es menos frustrante: para lograr esta retórica aséptica, debe renunciarse a casi toda la complejidad que rodea al derecho y su interpretación. El derecho es simplemente lo que es; que su interpretación coincida casi siempre con los intereses del poder político y económico será en todo caso una infeliz casualidad con la que sólo las almas bellas o malintencionadas pueden enojarse: si no les gusta, armen un partido y cambien la Constitución. Los textos son los textos — aunque es difícil no quedarse con la sensación de que algunos textos (“la propiedad es inviolable”) son más textos que otros (“participación en las ganancias de las empresas”).

Ambas posturas disimulan sus diferencias en su vocación por solemnizar, por convertir al derecho en una pieza de museo y, eventualmente, en la custodia literal de una “dogmática”. Frente a ello, la crítica busca devolverle su gusto, su textura y su vitalidad más allá de la coyuntura. El derecho no es una ecuación de ponderación que se carga en un algoritmo y se descarga desde una nube de conceptos jurídicos indeterminados: tiene relatos mínimos e historias extraordinarias, lateralidades, anécdotas y biografías. Pensarlo en clave crítica es recuperar esa dimensión vívida y viviente, hecha de hilos sueltos y contradicciones fértiles, de momentos de invención y de catástrofe, de desafíos, de dignidad y de desconcierto, y también de intermitentes alegrías.

La crítica del derecho nace para combatir este insatisfactorio estado del debate jurídico argentino. Creemos que el derecho tiene un rol importante que cumplir en nuestra vida pública: en definitiva, y con todas sus limitaciones, el derecho expresa nuestras aspiraciones como comunidad y nos da una tecnología para poner en práctica el ideal del autogobierno colectivo. Mientras la posibilidad de la comunidad de darse sus propias normas se ve asediada por el desplazamiento del poder a esferas privadas y corporativas y descalificada por un renovado individualismo ideológico, pensar el derecho desde la democracia se vuelve una necesidad histórica.

La crítica del derecho busca ser un espacio plural para pensar el derecho con rigurosidad, pero también con frescura. Nos maravilla y apasiona la conversación y el intercambio de perspectivas en busca de los mejores argumentos, precisamente aquellos que mejor se sostienen y resisten el ejercicio de la crítica reflexiva. Nos anima la convicción de que no hay verdadera vida en comunidad si las normas que nos damos, quienes las hacen en nuestro nombre, y quienes las aplican con la autoridad que les da el derecho, no son objeto de una crítica persistente y de un diálogo constante destinado a perdurar y sobrevivirnos. La crítica del derecho busca recuperar la tradición del debate abierto para quienes crean que convencer a sus conciudadanos es el mejor modo para crear nuestras reglas y autogobernarnos. Es la práctica de La Crítica lo que construye y cimenta las mejores razones para el mejor derecho en una comunidad democrática.